Rescate de un pequeño ensayo que tuve que hacer en una clase de psicosomática:
“Cuando el corazón no llora, lloran
los órganos”´
Boris Cyrulnyk
Hasta el momento, esta es la tarea que más me ha
costado trabajo realizar, durante el tiempo que llevo en la formación. Por más
que lo he intentado, me siento frente a la computadora y no puedo empezar a
escribir. Invento mil excusas: tengo algo que hacer que es más urgente,
necesito revisar mi correo, voy a ver a Dr.
House a ver si me inspiro… burdas justificaciones que ni a
racionalizaciones llegan.
Luego pensé: ¿Y si hablo de mis múltiples
padecimientos orgánicos?: De mi estreñimiento crónico, desde que tengo como 8
meses de edad, el cual se me quitaba cada fin de semana cuando mi mamá llegaba
a Uruapan de Morelia; de las gripas
frecuentes a lo largo de la primaria –y de cómo mi abuela me ponía jitomates
asados en las plantas de los pies, como remedio, aunque sigo sin entender muy
bien la lógica de tal procedimiento-; de
la colitis nerviosa que padezco desde que entré a la universidad, la cual
oscila entre mas-o-menos-bien e hijodesumesientodelach…; sin olvidar la
taquicardia extraña que tuve en el último año de la facultad y que así como me
la diagnosticaron, por casualidad, en un chequeo de rutina, así se me quitó. En
el recuento debería estar también el periodo en el que aumenté como 13 kilos, o
cuando se me caía el cabello casi nada más de acercar el cepillo…
Sin embargo no puedo hacerlo porque, en primer lugar,
ya de todas (o casi todas) ellas se hablaron dentro de la clase. Segundo: no
debería hablar de mí. Y por último, finalmente todas me remiten a lo mismo: a
mi condenada aprehensión y ansiedad que poco a poco –y para mi fortuna- estoy
identificando y resolviendo. Pero no es fácil, porque vivo corriendo. Entre el
tráfico y el siguiente trabajo. En uno de mis intentos por curar mi colitis
nerviosa, recurrí a la homeopatía. El tratamiento consistía en tomar cada dos
horas 15 gotas de 4 frascos distintos de la siguiente manera: primero el 1, a las
2 horas el 2 y así sucesivamente; el 3 y el 4 se alternaban por días y se
tomaban 3 veces al día. Creo que me enfermó más. Y no porque no funcionara,
sino porque resultó más estresante tratar de acordarme cual frasco me había
tomado, y de encontrar un espacio entre clase y clase para hacerlo, pero no
podía, así que se me atrasaba el horario… luego intenté establecer métodos para
acordarme que día me tocaba cuál, por lo que empecé a hacer pequeños “rituales”
como poner el frasquito en determinado lugar para saber que era el que me
tocaba, pero luego ya no sabía si era ese o el otro. Me harté, digo, si tuviera
el tiempo y la calma suficiente para poder seguir ese tipo de tratamientos,
seguramente no tendría colitis, para empezar. Alcancé a ver que la solución
estaba en otro lado.
Dejando de hablar de mí para concentrarme en el tema,
recuerdo que en una ocasión una alumna comentaba que cuando tuvo a su bebé, no
tenía leche (no puedo acordarme el nombre científico de este trastorno) y que
eso le empezó a angustiar mucho porque ella creía que a su hijo eso le iba a
hacer mal. Fue entonces que su suegra –ya que ella era huérfana desde
niña- le dijo que ella sabía un remedio
que consistía en untarle manteca con azúcar en la espalda y ponerse al sol un
rato mientras ella le aplicaba la mezcla. Después de dos días, empezó a
producir leche. Con esto que ahora sé, puedo entender que debido a la angustia
generada por el parto y las regresiones que acompañan a este proceso, se vio
alterada la producción de las hormonas responsables, la prolactina y la
oxitocina, como esto generaba a su vez más ansiedad, el círculo se vició. Al
recibir el cuidad de una figura materna que la contuviera a su vez para empezar
ella a hacer esa función, su ansiedad disminuyó permitiendo que las funciones
nerviosas y hormonales lo hicieran adecuadamente.
Lo que me quedó claro al término del seminario
es que toda reacción ante algún suceso externo o interno, ya sea adaptativa o
inadaptativa pueden dejar trazas de una alteración bioquímica o metabólica que
se independiza de la causa y persiste de por vida. Lo cual quiere decir que
aunque al principio la causa sea emocional, después se convierte en un problema
orgánico, que a su vez, generará problemas emocionales con los cuales lidiar.
La vida es
estresante per se. Sin embargo no
todos respondemos del mismo modo al mismo estrés. La respuesta al
estresor no depende de la calidad del mismo cómo cada uno lo percibe a partir
del umbral que cada cual tenga (la tolerancia a la frustración, la fortaleza
yoica, el control de impulsos, etc.) y esto depende a su vez de las
experiencias vividas a lo largo de la existencia de cada uno.
La PNIE nos enseña que lo ideal, entendido
esto como un funcionamiento óptimo del organismo con todas sus funciones, sería
la adaptación circadiana, metabólica, endocrina y psicológica a cambios
permanentes. Pero esta adaptación no es
de una vez y para siempre. La fluctuación y la adaptabilidad definen la salud. Por lo tanto, la pérdida de esta capacidad sería la enfermedad.
Sólo en la interacción del hombre biológico,
sicológico y social con su medio, se entiende que no hay enfermedades sino enfermos. Es momento de empezar a cambiar nuestra
postura frente a aquélla discusión viejísima de la dualidad mente –cuerpo y su
unión o desunión. Sólo así podremos realmente hacer un buen trabajo.
wow, que interesante! :)
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