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sábado, 9 de julio de 2011

La importancia de llamarse...

Me llamo Rosa Mariana. Rosa por la hermana mayor de mi mamá, Mariana gracias a mi abuelo materno, quien, dicho sea de paso, también fue el mayor de sus hermanos. Y sí, yo también soy la mayor, de las dos familias. Mi mamá pensó quizá que poniéndome estos nomnbres aseguraba mi destino: la responsable de los menores, de los desvalidos, la que siempre piensa y comprende y el ejemplo para todos los que me siguen. Y de alguna manera así lo hice. Cumplí o intenté cumplir con el mandato transgeneracional.

Y en un lapso de dos meses los dos se fueron. Y no se ni como me siento. Mis columnas, mis soportes, mis guías. Ya no están. Y duele. Y asusta.

Mi abuelo desde muy pequeño tuvo que ayudar a sus padres a sostener a sus 9 hermanos. Siempre fue prudente, a veces demasiado; suspicaz, reflexivo. Nunca ambicionó nada, mas que tener la seguridad y la estabilidad necesaria para no pasar las penurias de la infancia.

Mi tía siempre fue la que cargó a su familia sobre los hombros, como una Atlas, lo cual le costó la vida. Siempre preocupada por los demás, nunca tuvo tiempo para preocuparse por ella. Aún cuando ya se ha ido sigue resolviéndo problemas.

Los dos fueron personas admirables: fuertes, incansables. Pero no estoy segura que quiera ser como ellos. No quiero cargar en mis hombros responsabilidades que no me corresponden, no quiero desconfiar de todo el mundo, no quiero renunciar a mí por tener que cuidar a otros. Mi nombre debe ser resignificado.

1 comentario:

Porque lo que se habla no se actúa: