el que busca encuentra

domingo, 27 de noviembre de 2011

En el último trago nos vamos

Esto es lo último que escribo para ti. La despedida. No menciono tu nombre pero sabes que es para ti. Lo primero que te quiero decir es que te quise mucho. En verdad te amé. Aunque siempre tuve miedo de hacerlo y siempre tuve miedo de decírtelo. Creo que eso debió de ser una señal. No es sano sentir miedo de querer a alguien. Pero eso siempre estuvo. El temor a ser demasiado cursi, a "espantarte", a avergonzarte. 

Eso es lo segundo que quiero decirte: siempre me pareció que te avergonzaba estar conmigo. "No soy afectuoso porque no es mi imagen", "no te lo digo porque hago otras cosas". Y sin embargo lo único que yo sentía era que no querías que nadie se enterara que estabas conmigo, siempre me sentí de segunda categoría. Como si te pesara estar con alguien como yo. Y ahora reflexiono: ¿qué tenía de malo? 28 años, empezando el doctorado, dando clases, atendiendo pacientes, guapa, viviendo sola desde los 18, independiente, con metas en la vida, con cierto reconocimiento -porqué no decirlo-. Y eso parecía nada. Porque no escuchaba tu música, porque veía películas palomeras, porque no leía poesía, porque compraba en Zara y en Liverpool. 

Me caes bien, me decías. Y eso tenía que bastarme. Ahora sé que puedes ser capaz de demostrarle a alguien que lo quieres, antes lo sospechaba, ahora lo se. Es sólo que nunca quisiste hacerlo conmigo. Tus razones tendrás. Siempre hay alguien mejor que tú, me asegurabas. Quizá ese otro eras tú mismo.  

Ahora entiendo que además del amor, lo que me unió a tí fue mi patología. Esa profunda necesidad que tengo de aprobación, esa intensa búsqueda de verme reflejada en la mirada de los otros. De un otro grande, que yo admire. Porque te admiraba, creía que eras grande. Y me enganché. Me enredé en ese absurdo juego, tú llevabas la zanahoria, yo corría tras ella. Me desesperaba, me hartaba, tú también. Pero volvíamos a empezar. Y así se pasaron dos años de la vida. 

No niego que el mundo que construímos fue bonito, los chiquitos, los grillos, las lagartijitas, Pompo. Quizá sin eso la vida hubiera sido miserable. Pero eso se convirtió también en parte del problema, mientras más me acercaba a tí, más razones tenías para alejarme y no sólo alejarme, hacerme sentir una basura, una nada.

Y no lo digo con rencor. Ya lo entendí. Es tu naturaleza, así, como la fábula de la rana y el escorpión. No puedes amar a las mujeres. En el fondo las odias, les temes, ¿recuerdas que te dije alguna vez que tu mamá te había hecho mucho daño? pues a eso me refería. Sí, hay una parte tuya que las busca, que las necesita, pero necesitas a mujeres dependientes, inferiores, porqué si no, te castran. Y eso da mucho miedo. Y mucha rabia. Y al final, se quedan -nos quedamos- deshechas, secas, vacías y muy desconcertadas. No se puede comprender bien a bien lo que pasó. Si eras tan tierno, tan lindo, ¿porqué se siente tanta devastación? Por toda la rabia de la cual ni siquiera eres consciente que despides y que va aniquilando todo a su paso, así como sucede en tus historias apocalípticas. 

Gracias a tí se que tengo que seguir intentando reparar esas partes mías que duelen. Para no volver a sentirme vulnerable, para vincularme con alguien que me vea como soy y que me quiera a pesar de eso. Gracias a tí se que hay que hacer más caso a la intuición y a esa vocecita que dice que algo no anda bien, que esto es psicotizante y que hay que salirse antes de que la corriente me lleve. 

Me duele perderte. Mucho. Reitero lo que te dije tantas veces: hubiera querido ser una de tus lagartonas. Tener sólo lo bonito y no estar en estos momentos con el corazón pulverizado y el dolor lacerante cada que respiro. Así, hubiéramos sido siempre amigos, no nos hubiéramos hecho tanto daño. No te hubiéras ensañado conmigo hasta dejarme hecha añicos y yo no tendría ganas de que desaparecieras de la faz de la tierra.  

Intenté de todo. Lo intenté hasta el final. Incluso la locura de tratar de ser amigos, tal como tú querías. Sin darme cuenta que era otra forma de hacerme daño. De mostrarme perversamente lo que eras capaz de hacer. Porque creo que eso es parte de la dinámica, necesitas a alguien, a un voyeur que te observe, que te refleje lo que tanto te angustia no tener. Lo tuviste por muchos años -sabes a quien me refiero-. Y ahora me iba a tocar a mí. Y por alguna razón yo estaba paralizada. Menos mal que la rabia que siento me ha hecho moverme. 

En estos momentos no sé lo que siento por tí. Es curioso como piensas que soy una loca desquiciada que puede hacerte daño. Te diré un secreto: es tu propia proyección y tus propios temores a la retaliación, ya sabes "el ojo por ojo". Te diría otra vez que vayas a terapia, que analices lo que pasa contigo. Pero creo hay algo de placer morboso en saber que esto que viví contigo, lo volverás a repetir en tu próxima relación, tarde o temprano. Así que, al final de cuentas, no es necesario planear venganzas, tu propia compulsión a la repetición se encargará de hacerlo.

Duele mucho todavía. Pero ya no quiero llorar. Ya no quiero gritar. Quiero darte la mano como ese alguien que fue y que no volveré a ver. Ya no quiero intentar ver en tí poquita compasión, poquita empatía, poquito amor. Respeto y comprendo lo que eres y lo que eres capaz de darme. Eso es lo que hacen los amigos, ¿no?.

1 comentario:

  1. Cada relación ofrece la oportunidad de aprender, no del otro, de uno mismo, reconocer nuestros miedos, frustraciones, angustias y penares, si tenemos la disposición, aprendemos de ellos, nos responsabilizamos de nuestro penar y con ello evitamos repetir ese terrible patron. Es un camino doloroso y es dificil en la medida que nos cuesta reconocer nuestro error, (los cuales tenemos el derecho a cometerlos) el narcisismo invita a acusar a ese eterno "otro" responsable de la pérdida, olvidandonos de nosotros, siendo los primeros que nos hemos abandonado e ignorado. Agradecer lo que nos dieron aquellos que pasaron por nuestras vidas, permitirnos llorar nuestra debilidad y tener la esperanza de aprender a vivir.

    ResponderEliminar

Porque lo que se habla no se actúa: