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sábado, 21 de abril de 2012

El efecto mariposa

Rescate de un pequeño ensayo que tuve que hacer en una clase de psicosomática: 



“Cuando el corazón no llora, lloran los órganos”´
Boris Cyrulnyk


Hasta el momento, esta es la tarea que más me ha costado trabajo realizar, durante el tiempo que llevo en la formación. Por más que lo he intentado, me siento frente a la computadora y no puedo empezar a escribir. Invento mil excusas: tengo algo que hacer que es más urgente, necesito revisar mi correo, voy a ver a Dr. House a ver si me inspiro… burdas justificaciones que ni a racionalizaciones llegan.

Luego pensé: ¿Y si hablo de mis múltiples padecimientos orgánicos?: De mi estreñimiento crónico, desde que tengo como 8 meses de edad, el cual se me quitaba cada fin de semana cuando mi mamá llegaba a Uruapan de Morelia;  de las gripas frecuentes a lo largo de la primaria –y de cómo mi abuela me ponía jitomates asados en las plantas de los pies, como remedio, aunque sigo sin entender muy bien la lógica de tal procedimiento-;  de la colitis nerviosa que padezco desde que entré a la universidad, la cual oscila entre mas-o-menos-bien e hijodesumesientodelach…; sin olvidar la taquicardia extraña que tuve en el último año de la facultad y que así como me la diagnosticaron, por casualidad, en un chequeo de rutina, así se me quitó. En el recuento debería estar también el periodo en el que aumenté como 13 kilos, o cuando se me caía el cabello casi nada más de acercar el cepillo…

Sin embargo no puedo hacerlo porque, en primer lugar, ya de todas (o casi todas) ellas se hablaron dentro de la clase. Segundo: no debería hablar de mí. Y por último, finalmente todas me remiten a lo mismo: a mi condenada aprehensión y ansiedad que poco a poco –y para mi fortuna- estoy identificando y resolviendo. Pero no es fácil, porque vivo corriendo. Entre el tráfico y el siguiente trabajo. En uno de mis intentos por curar mi colitis nerviosa, recurrí a la homeopatía. El tratamiento consistía en tomar cada dos horas 15 gotas de 4 frascos distintos de la siguiente manera: primero el 1, a las 2 horas el 2 y así sucesivamente; el 3 y el 4 se alternaban por días y se tomaban 3 veces al día. Creo que me enfermó más. Y no porque no funcionara, sino porque resultó más estresante tratar de acordarme cual frasco me había tomado, y de encontrar un espacio entre clase y clase para hacerlo, pero no podía, así que se me atrasaba el horario… luego intenté establecer métodos para acordarme que día me tocaba cuál, por lo que empecé a hacer pequeños “rituales” como poner el frasquito en determinado lugar para saber que era el que me tocaba, pero luego ya no sabía si era ese o el otro. Me harté, digo, si tuviera el tiempo y la calma suficiente para poder seguir ese tipo de tratamientos, seguramente no tendría colitis, para empezar. Alcancé a ver que la solución estaba en otro lado. 

 
Dejando de hablar de mí para concentrarme en el tema, recuerdo que en una ocasión una alumna comentaba que cuando tuvo a su bebé, no tenía leche (no puedo acordarme el nombre científico de este trastorno) y que eso le empezó a angustiar mucho porque ella creía que a su hijo eso le iba a hacer mal. Fue entonces que su suegra –ya que ella era huérfana desde niña-  le dijo que ella sabía un remedio que consistía en untarle manteca con azúcar en la espalda y ponerse al sol un rato mientras ella le aplicaba la mezcla. Después de dos días, empezó a producir leche. Con esto que ahora sé, puedo entender que debido a la angustia generada por el parto y las regresiones que acompañan a este proceso, se vio alterada la producción de las hormonas responsables, la prolactina y la oxitocina, como esto generaba a su vez más ansiedad, el círculo se vició. Al recibir el cuidad de una figura materna que la contuviera a su vez para empezar ella a hacer esa función, su ansiedad disminuyó permitiendo que las funciones nerviosas y hormonales lo hicieran adecuadamente.

Lo que me quedó claro al término del seminario es que toda reacción ante algún suceso externo o interno, ya sea adaptativa o inadaptativa pueden dejar trazas de una alteración bioquímica o metabólica que se independiza de la causa y persiste de por vida. Lo cual quiere decir que aunque al principio la causa sea emocional, después se convierte en un problema orgánico, que a su vez, generará problemas emocionales con los cuales lidiar.  

La vida es estresante per se. Sin embargo no todos respondemos del mismo modo al mismo estrés.  La respuesta al estresor no depende de la calidad del mismo cómo cada uno lo percibe a partir del umbral que cada cual tenga (la tolerancia a la frustración, la fortaleza yoica, el control de impulsos, etc.) y esto depende a su vez de las experiencias vividas a lo largo de la existencia de cada uno.

La PNIE nos enseña que lo ideal, entendido esto como un funcionamiento óptimo del organismo con todas sus funciones, sería la adaptación circadiana, metabólica, endocrina y psicológica a cambios permanentes. Pero esta adaptación no es de una vez y para siempre. La fluctuación y la adaptabilidad definen la salud. Por lo tanto, la pérdida de esta capacidad sería la enfermedad.

Sólo en la interacción del hombre biológico, sicológico y social con su medio, se entiende que no hay enfermedades sino enfermos. Es momento de empezar a cambiar nuestra postura frente a aquélla discusión viejísima de la dualidad mente –cuerpo y su unión o desunión. Sólo así podremos realmente hacer un buen trabajo.

1 comentario:

Porque lo que se habla no se actúa: