el que busca encuentra

miércoles, 25 de agosto de 2010

Un tiburón muerto


De pronto, todo negro. Vacío. Me alcanza sin poder escapar, por más que lo intento. La vida como era ya no es. Me aterra. ¿Y si mis uñas no me alcanzan para escarbar y liberarme? ¿Para defenderme si es preciso? ¿Para comérmelas si hace falta?

Y lloro. Me opongo con todas mis fuerzas. Es inútil. Mis energías gastadas de nada sirven. Y aún así no puedo rendirme. Pataleo. Busco fuerza en el enojo, en la decepción, en la desilusión...

Me ahogo por dentro con tantas lágrimas que siguen saliendo sin acabarse.

Comienzo a entender... comienzo a darme cuenta... nunca recorrí el camino yo sola... la sombra siempre estuvo presente y parece que esta vez gana la partida.

¿Esta vez? ¿Es que acaso pienso -ilusamente, estúpidamente- que habrá otra? ¿no he tenido suficiente? ¿Qué, exactamente, estoy esperando?

Y las palabras sobran. Y las palabras faltan. Y se caen al suelo antes de llegar a su destino. Pero ¿qué ganaría con enviar una paloma mensajera con mi corazón hecho pedazos y con una bala asesina?

El sonido de los grillos me recuerda que las cosas no son como uno quiere que sean. Que por cada grillo rescatado, se quedan veinte en el camino, devorados por reptiles.

Y me voy desmoronando, como castillo hecho a la orilla del mar...

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